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Comodidad vs Compromiso: esta es la cuestión

Pancarta Eco not Ego

¿Está en nuestras manos salvar el planeta? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar para contribuir a frenar el calentamiento global? ¿Sacrificaremos nuestra comodidad y modelo de vida actual a cambio de garantizar el futuro de la humanidad?

Este verano ha sido probablemente el más caluroso desde que existen registros. Cuando empiezo a escribir este artículo (3 de noviembre) todavía hay gente en Barcelona que va por la calle con manga corta y chancletas. Hoy, que se publica, los principales diarios del país hablan de las restricciones de agua que empiezan a aplicarse.

El calentamiento global avanza imparable y amenaza, como nunca antes, nuestro planeta y nuestro futuro. La comunidad científica, o al menos la gran mayoría de los científicos, afirma, con evidencias, que este fenómeno es causado por el ser humano, la superpoblación y el modelo de vida de las sociedades capitalistas.

Como problema complejo, resulta imposible encontrar una única solución. El calentamiento global y sus consecuencias solo se atenuarán a través de muchas y diferentes soluciones (personas, acciones, políticas, proyectos, decisiones, etc.) que apunten en una misma dirección.

Sin embargo, una de las soluciones más poderosas es la que está en la mano de cada uno de nosotros. El impacto de las decisiones de cada individuo en su forma de vivir y de consumir es pequeña, pero si lo llevamos a gran escala, el impacto es inmenso y determinante. Detrás de cualquier decisión que tomamos existe un efecto en el medio ambiente y si tenemos una mirada más amplia, también hay un efecto en la sociedad y las personas.

Y si parece tan fácil solucionarlo (solo necesitamos tomar decisiones conscientes de que generen el menor impacto ambiental, social…) ¿por qué no somos capaces de hacerlo?

El sistema capitalista en el que vivimos ha fomentado como ningún otro la generación de necesidades

El sistema capitalista en el que vivimos ha fomentado como ningún otro la generación de necesidades (reales o suscitadas) por sus ciudadanos/clientes. Hemos sido capaces de diseñar millones de productos y servicios orientados a cubrir cada vez mejor estas necesidades. Y esa maquinaria se ha ido sofisticando constantemente para ofrecer propuestas cada vez más deseables por los usuarios, más avanzadas técnicamente y más viables económicamente. A principios del siglo XX había coches eléctricos, pero los motores de combustión y el petróleo eran mejores técnica y económicamente por las empresas, ¡¡y por eso se impusieron!!

Y ahí radica la base del problema. Dentro de esa ecuación han quedado siempre fuera el medio ambiente y la sociedad. Todas estas externalidades negativas y transferencias, que hasta ahora han impactado fundamentalmente en la «periferia» (países no desarrollados), han sido obviadas e invisibilizadas. Los ciudadanos de las sociedades avanzadas ni conocemos ni queremos conocer de forma detallada lo que les ocurre a estos países ni a sus ciudadanos, que, al fin y al cabo, son los «proveedores» de nuestro modelo de vida. Pero esto está cambiando y nos encontramos en un punto donde parece que el mundo ya no puede absorber ni transferir estas externalidades y empezamos a impactarnos a nosotros de forma directa.

Es necesario adquirir conciencia y consumir menos y, además, hacerlo de forma más responsable. Nos toca redefinir el capitalismo y evolucionar hacia una economía de mercado más sostenible, humana y respetuosa con el entorno. Esto nos hará redefinir algo aún más difícil, nuestro concepto de bienestar. Este cambio de modelo de vida implica una gran lucha interna de cada individuo contra un mindset generado durante casi dos siglos por el sistema y el imaginario capitalista, en el que el individuo, su consumo y su comodidad han estado por encima del resto de cosas. Debemos transitar hacia una cultura en la que pensamos como especie, actuamos de forma más colectiva y donde seamos más conscientes y comprometidos con el planeta y las personas.

Este cambio es necesario pero difícil de conseguir. Se trata de un dilema, de una lucha que cada uno de nosotros deberemos entregar interiormente para sacrificar algunas «comodidades» por decisiones más comprometidas con el mundo. No podemos cambiar de un día para otro y todos tenemos contradicciones, pero tengo claro que el camino que debemos hacer no puede ser otro que este.

El detonante de poner sobre el papel esta reflexión que hace años que me ronda por la cabeza, fue este anuncio de Uber Eats. Todo es muy guay; las chicas, la casa y la comodidad de estar todo el día en el sofá y poder hacer la compra de la semana moviendo un solo dedo. Estos servicios han triunfado porque son muy cómodos, generan empleo, resuelven muy bien la última milla y encajan perfectamente con las necesidades del usuario y el mundo digital en el que nos movemos.

¿Pero qué hay al otro lado de este servicio? Un desplazamiento más de lo necesario, una generación extra de residuos, un trabajador con unos derechos laborales en situación dudosa, una relación trabajador-empresa muy desigual, en algunos países, como Estados Unidos, un trabajador que no tiene suficiente para vivir con su sueldo y debe complementarlo con un trabajo a tiempo parcial, un sistema de reparto de los pedidos que genera estrés y una competitividad dañina entre los repartidores, unas comisiones exageradamente altas sobre otros negocios… Pero no es solo eso, hay otras cosas intangibles y que apuntan directamente a los valores de cada uno de nosotros. ¿Es posible sentirse bien haciendo la compra una noche fría y lluviosa de invierno? ¿Es posible no tener algún sentimiento contradictorio pidiendo una hamburguesa en pleno julio cuando en la calle estamos a 37 grados?

El impacto de nuestras decisiones

Cada decisión que tomamos tiene un impacto. Es verdad que no siempre contamos con toda la información, pero esto no puede servirnos de excusa. Como decía antes, debemos revisar nuestro concepto de bienestar y eso pasar por revisar cosas que antes no nos cuestionábamos. ¿Podemos tomar varios aviones cada año? ¿Podemos comer carne todos los días de la semana? ¿Es necesario desplazarse en vehículo privado por la ciudad? ¿Debemos comprar un producto de dos euros que nos lo hacemos llevar del otro lado del mundo? En definitiva, ¿podemos consumir lo que queramos en el momento que queramos sin pensar en las consecuencias y el impacto que esto tendrá? Todo esto es lo que hemos vivido y lo que nos parece normal, e incluso creemos que tenemos derecho.

Se trata de una lucha difícil, contra nosotros mismos y contra un sistema muy persuasivo que, bajo el concepto de libertad individual y uno de éxito basado en el dinero, nos lleva a un consumo que excede nuestras necesidades y capacidades y recursos de nuestro planeta… Pero debemos ganarlo porque nos va el futuro.

Borja Rius

Co-founder